La habitación en la que se encontraba la cama aparecía bañada por lo que parecía una infinidad de matices blancos y negros ocasionados por el rítmico movimiento de la pequeña llama de una vela en la mesa. Si acaso algo podía escucharse era el eterno sonido del viento tratando de abrirse hueco entre las rendijas de una ventana cerrada, luchando por hacerse oír por encima del entrecortado llanto de ella. Un cristal y un puñado de ladrillos conseguían mantenerla apartada del exterior. Tampoco quería saber mucho más de nada o de nadie.
En un primer vistazo, el marco que encuadraba la imagen resultaba atractivo. Un leve olor a sándalo flotaba en su habitación. Ella, por su parte, y totalmente ajena al invierno que se desataba fuera (y tal vez en su interior también, pero parecía no tenerlo muy claro), se encontraba tumbada en su cama, mirando al techo a miles de kilómetros de distancia. Una camiseta gris de manga corta se ajustaba a sus formas casi con la misma precisión con la que un escultor griego representaba el vuelo de un vestido y sus volutas en una pieza de mármol virgen. Las piernas, ligeramente cruzadas y los brazos extendidos en cruz la asemejaban a algún tipo de redentora, inevitablemente crucificada en su cama a la espera de salvar o ser salvada, sabiendo más bien poco de sus errores y mucho menos de sus pecados.
Ella no imaginaba la perfección como un ente, como algo real y tangible. Para él, ella era perfecta. La concepción que dos mentes tan cercanas tenían acerca del mismo tema era cuanto menos, desoladora. El convencimiento que él demostraba se destruía como por voluntad de un Dios cualquiera con la suficiente fuerza y empeño para conseguirlo por el descreimiento que ella sentía hacia sí misma.
El hecho primero, básico y desencadenante de toda esta historia entre ella y él es el mal entendimiento entre ambos, las medias tintas y dobles sentidos que hacen que ella se crea una gilipollas por estar enamorada de él, y él se crea un gilipollas enamorado de ella.
Las sombras irreales que creaba la vela la envolvían en un halo de lamentos grisáceos. Dos años conociéndose, dos años volviendo a sentir algo más que cariño por alguien era también mucho tiempo para seguir aún a la expectativa. Ella lo sabía y seguía esperando. O esperándolo.
Incorporándose en la cama, aún entre penumbras, sacó de su cartera la pequeña foto; su media sonrisa burlona, sus ojos que la miraban con tristeza
siempre provocaban la misma sensación en ella, la misma contrariedad en que consistía su relación se veía reflejada entre la foto y ella. Mientras afloraba una sonrisa pensando en él, dos lágrimas rodaban por sus mejillas por no tenerlo. Sin ser especialmente guapo o simpático, era esa misma imperfección el complemento ideal que ella andaba buscando. Alguien con quien aprovechar cada segundo, con quien compartir tiempo y pensamientos sin tener que dar la vida ni nada por el estilo.
El acelerado ritmo de su corazón es el único reloj que la avisa de que el tiempo sigue corriendo, la banda sonora perfecta para un debate interno que atañe mucho más que sentimientos. En lo que a ella respecta, se trata también de saber aprovechar oportunidades. Poniéndose metafórica, piensa en mariposas que revolotean en su interior y trenes que pasan. Trenes que pasan tan sólo una vez y no vuelven nunca.
Ella lo sabe. La culpa nunca ha sido suya. Él sabe de sobra que hubiera bastado un simple chasquido de dedos a modo de llamada para que olvidara todo cuanto a ella le importarse sólo por poder estar a su lado, cogerle de la mano y, quizá, poder darle un beso. Pero, continúa pensando, piernas cruzadas, sentada sobre la cama, tratando de ver si el exterior aún sigue odiándola con lluvia, viento y frío, que el amor y todo lo que lo rodea no siempre es cosa de ella y él. Y en su caso no iba a ser distinto. Entre él y ella existía otra ella. Hasta donde sabía, o más bien podía recordar de sus largas conversaciones (de contacto físico mutuo sabían poco, pero de diálogos interminables eran auténticos plusmarquistas), él no estaba a gusto con su actual pareja, o por lo menos no todo lo a gusto que estaba con ella. Sin embargo, tal vez el miedo a la soledad, aún habiendo sido elegida y no impuesta, le podía. Sin duda él prefería mantenerse a la expectativa con respecto a ambas. Aquello de darle tiempo al tiempo y toda esa mierda retórica que la enfermaba. Por otro lado, ella se consideraba la indecisión personificada. Odiaba esa idea del sexo por sexo, sexo sin amor y toda esa parafernalia que rodeaba a la juventud a la que ella pertenecía casi tanto como él odiaba la idea de que no habría sexo sin compromiso; y así, entre el uno y la otra, el tiempo se escapaba de sus manos como de sus manos se escapaba la juventud que en teoría les tocaba disfrutar. Así, entre las palabras amor y cariño, más de broma que en serio, más de lejos que de cerca, la distancia fue aumentando en la misma proporción que los sentimientos lo hacían. En esta ocasión, y difiriendo de esas historias de amor tan estandarizadas, aún viéndose menos, se querían más. Y, tal como se dijeron una vez, a partir de ahí, seguimos con la metáfora.
Wao.
lo clavas bastante, pero me siento engañado: empieza el tema con "ella por su parte.." pero nunca llega el "él por su parte..". Solo el él en ella. pongo tipex en la pantalla y escribo de titulo "Ella y él en ella. Yo y ella" y m parece muy buen texto.
Posted by: sirag en: 17 de Diciembre 2005 a las 04:31 AM Escribe un comentario